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    GENESIS Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO MODERNO - CAPITULO I. LOS CIMIENTOS DEL EDIFICIO: DE LOS ALBORES A LA CONSOLIDACION

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    GENESIS Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO MODERNO - CAPITULO I.  LOS CIMIENTOS DEL EDIFICIO: DE LOS ALBORES A LA CONSOLIDACION Empty GENESIS Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO MODERNO - CAPITULO I. LOS CIMIENTOS DEL EDIFICIO: DE LOS ALBORES A LA CONSOLIDACION

    Mensaje por JOA85 Jue Jul 02, 2015 3:40 pm

    MERCADERES DEL MEDIEVO Y MAGNATES RENACENTISTAS

       Ya en una fase tan temprana de la alta Edad Media como el siglo sexto, Gregorio de Tours narra que, con
    motivo de la entrada del rey Gontran en Orleans, acaecida el año 585, el monarca fue aclamado por la
    muchedumbre "en latín y en la lengua de los sirios". Poco después, en el 591, el rey Clotario concedía la sede
    episcopal de París a un acaudalado mercader sirio, tras el oportuno desembolso por parte de éste de una
    importante suma pecuniaria. No obstante, la numerosa presencia de mercaderes y negociantes sirios en la
    Europa medieval desapareció casi por completo, y por causas escasamente conocidas, hacia principios del
    siglo IX, momento a partir del cual su lugar sería ocupado por sus principales competidores, los comerciantes
    judíos.
       Durante los cinco siglos siguientes, la trayectoria de los mercaderes israelitas  en territorio europeo se verá
    envuelta en una compleja sucesión de éxitos económicos y de vicisitudes políticas de muy diverso signo.
    Duramente tratados por varios monarcas visigodos y burgundios, su momento de mayor esplendor e
    influencia se producirá en la Francia Carolingia, período después del cual sus condiciones fueron empeorando
    progresivamente hasta desembocar en la expulsión decretada en 1306 por el rey Felipe el Hermoso, que
    confiscó todas sus propiedades. A partir de aquel suceso habrá que esperar tres siglos para advertir
    nuevamente la presencia de los empresarios y banqueros judíos en los primeros lugares de la economía
    europea, coincidiendo con la gran eclosión mercantil y financiera que se produjo a lo largo del siglo XVII en
    los Países Bajos. Desde entonces, y ya sin interrupción, su auge no haría sino ir en aumento.
       Pero el interdicto del trono francés no afectó únicamente a los negociantes hebreos, sino que se hizo
    extensivo a los otros dos grandes poderes económicos de la época: los Templarios y los mercaderes
    lombardos, aunque los resultados del golpe  fueron distintos en cada caso. Así, mientras que la Orden del
    Temple, principal potencia financiera  por entonces, se precipitó a raíz de aquel evento en un declive
    irremisible en prácticamente todo el occidente europeo, para los empresarios lombardos el suceso apenas
    supuso un contratiempo limitado al territorio francés y al reinado del citado monarca. En sus restantes
    dominios, y muy especialmente en el ámbito mediterráneo, su poderío permanecería inalterable, hasta el
    punto de poder afirmarse que con ellos se inició la configuración de los elementos que iban a dar paso al
    capitalismo renacentista y moderno.
       No obstante, dentro de la denominación genérica de lombardos debe significarse la existencia de dos
    grupos claramente diferenciados, tanto por sus actividades mercantiles como por los métodos y
    procedimientos que caracterizaron a cada uno de ellos. Tales fueron, de un lado, los mercaderes florentinos, y
    de otro, los grandes empresarios genoveses y venecianos. En cualquier caso, la preponderancia económica
    alcanzada por todos ellos a partir del siglo XIV se hizo ostensible no solamente en la cuenca mediterránea,
    sino también en países como Alemania, Francia o Inglaterra, al punto que durante las tres centurias siguientes
    la denominación de lombardo fue sinónimo en toda Europa de prestamista usurario.
       Si fuese preciso citar un nombre paradigmático de la influencia y el poderío alcanzados por los magnates
    florentinos, éste no podría ser otro que el de la familia Médicis, cuya trayectoria e intereses discurrieron por lo
    regular íntimamente ligados a los del Estado Vaticano. De hecho, Juan de Médicis, fundador de la dinastía,
    fue el banquero oficial de los papas Juan XXII y Martín V, siendo su hijo Cosme quien gestionó y administró
    todos los movimientos de fondos destinados a financiar el Concilio de Basilea de 1431. Pero el momento de
    máximo esplendor de la familia se iba a alcanzar con un biznieto de Juan de Médicis, Lorenzo el Magnífico,
    quien tomó parte activa en casi todas las disputas y querellas europeas de su época, aunque el escaso tino que
    demostró en tales menesteres le acarreó un cúmulo de reveses y enemistades que acabarían provocando el
    declive político y financiero del clan. Pese a todo, la saga de los Médicis aún sobrevivió durante largos años a
    su decadencia, como lo demuestra el hecho de que dos de sus miembros se sentaran en el solio pontificio
    (Clemente VII y León X) y otros dos alcanzaran la dignidad real (Catalina y María de Médicis,ambas reinas
    de Francia).      
       Entre las notas que caracterizaron  la metodología operativa de los comerciantes florentinos merecen
    significarse su inclinación por los procedimientos de componenda negociada, ciertamente inusuales en una
    época más proclive a la confrontación, y la preponderancia que concedieron en sus operaciones comerciales a
    los aspectos financieros  sobre los de índole estrictamente mercantil. Más que comerciantes, pues, fueron
    traficantes en dinero, es decir, banqueros. De su pericia negociadora, de la que ellos mismos se ufanaban, da
    buena prueba el hecho de que Florencia fuese el único Estado del occidente europeo que mantuvo por
    entonces excelentes relaciones con el Imperio Otomano, relaciones en las que el lucro y el beneficio primaron
    en todo momento sobre cualquier otra consideración.
       Por lo que se refiere a las peculiaridades psíquicas propias del sujeto mercantil, eso que en un alarde
    eufemístico ha dado en calificarse como "virtudes burguesas", bien podría decirse que éstas alcanzaron en los
    negociantes florentinos su más nítida manifestación. Como será fácil advertir, nos estamos refiriendo a la
    racionalización a ultranza de la administración económica y, por extensión, de la vida en general, de la
    austeridad, la diligencia, la economicidad, la laboriosidad, la templanza y demás atributos prototípicos de la
    mentalidad mercantilista. Atributos que una mistificación secular de muy diverso signo ha venido presentando
    bajo la forma de otras tantas categorías morales, cuando lo cierto es que nunca tuvieron otra causa o razón de
    ser que el puro y simple utilitarismo. Y buena muestra de ello nos la ofrece un próspero mercader florentino
    de la época, Leon Battista Alberti, cuyos escritos constituyen un documento de inapreciable valor para
    comprender la mentalidad que impregnaba el quehacer de la burguesía emergente del momento. Por otra
    parte, las reflexiones de dicho personaje, recogidas en un libro titulado "Del Goberno della Famiglia",
    gozaron ya en su época, y durante mucho tiempo después, de una notable popularidad, y en ellas puede
    encontrarse un perfecto prontuario del espíritu florentino, en concreto, y de la mentalidad mercantilista en
    general. De hecho, todos los preceptos y recomendaciones de tales escritos se verían reproducidos casi con
    exactitud en textos muy posteriores y de muy diversa nacionalidad.
       Así, tras pasar revista en su obra a las ya mencionadas cualidades "morales" que deben presidir la vida del
    buen mercader, el florentino Alberti deja traslucir la razón última de tanta virtud con frases como éstas: "Hijos
    míos, sed caritativos como lo manda nuestra santa Iglesia, pero preferid el amigo afortunado al desgraciado, y
    el rico al pobre. El mayor arte de la vida consiste en parecer caritativo y superar al astuto en astucia"; "La
    honestidad es siempre la mejor maestra de la virtud, la más fiel compañera de las buenas costumbres, la
    madre de una existencia feliz. Nos es extraordinariamente útil, porque si nos consagramos sin descanso al
    cultivo de la honestidad seremos ricos y nos ganaremos el elogio y la veneración generales".
       Está bien claro, pues, que las tan manidas virtudes burguesas no fueron nunca sino un cúmulo de
    estereotipos, o lo que es lo mismo, una serie de condicionantes imprescindibles en determinadas
    circunstancias para la prosperidad y buena marcha de los negocios. Estereotipos, en definitiva, que en modo
    alguno constituyen los rasgos esenciales y definitorios del capitalismo, que podrá ser austero u ostentoso,
    pacato o libertino, negociador o brutal, según convenga en cada momento y circunstancia, pero cuya genuina
    caracterización vendrá siempre marcada por una visión economicista, utilitarista y materialista de la
    existencia. Es esto último lo que constituye la auténtica esencia de la idiosincrasia burguesa, algo que, en
    rigor, no podría asimilarse hoy al capitalismo de manera restrictiva, sino, más propiamente, a la mentalidad
    contemporánea en su totalidad, y ello por la sencilla razón de que los fundamentos esenciales del capitalismo
    moderno (materialismo, positivismo, economicismo, utilitarismo, etc.) fueron la matriz ideológica en la que
    se inspiraron las doctrinas supuestamente antagónicas surgidas con posterioridad.
       Todo apunta, por tanto, al siglo XIV como el punto de partida de la mentalidad mercantilista moderna, y no
    sólo por la forma en que ésta se iba plasmar en los agiotistas florentinos y en otros traficantes coetáneos
    suyos, sino también por el clima de apego desmedido a los bienes materiales que por entonces comenzó a
    generalizarse, y del que dan buena cuenta numerosos testimonios de la época. Precisamente, uno de los
    sectores donde con mayor virulencia se manifestó ese "lucri rabies" del que hablan las crónicas fue el eclesial.
    El propio Alberti, nada sospechoso de tendenciosidad al respecto, señalaría más de una vez en sus escritos que
    la codicia y el afán de lucro desmedido eran rasgos sumamente extendidos entre los clérigos de su tiempo. Del
    papa Juan XXII escribió el comerciante florentino en estos términos: "Tenía defectos y, sobre todo, aquél que,
    como es sabido, es común a casi todos los clérigos: era codicioso en grado sumo".
       Pero el mal, restringido en un principio a determinados círculos sociales (la putrefacción comienza siempre
    por arriba), no tardaría en extenderse al resto de la población, muy especialmente en los países de mayor
    desarrollo mercantil de la Europa occidental (Italia, Alemania, Francia). Así habrían de reflejarlo fuentes tan
    heterogéneas como los cantares del Carmina Burana, la "Descripción de Florencia" de Dante, o los escritos
    posteriores de Erasmo de Rotterdam, en uno de los cuales se lamenta de que "todo el mundo obedece al
    dinero", una descripción de su época que a buen seguro le habría parecido exagerada de haber conocida la
    sociedad de consumo actual.
       Con todo, el acontecimiento más significativo de la mentalidad económica surgida en la época renacentista
    no sería tanto el auge del mercantilismo como la irrupción del préstamo pecuniario a modo de herramienta
    comercial de primera magnitud. Una práctica hasta entonces secundaria y casi  restringida al círculo de los
    agiotistas judíos, y que a partir del siglo XIV comenzó a convertirse en un instrumento fundamental del nuevo
    sistema económico. Iniciaba así su andadura el capitalismo financiero, que no representa sino un eslabón
    superior, un salto cualitativo respecto del capitalismo meramente mercantil, y cuyas funestas consecuencias
    habrían de hacerse bien patentes con el transcurso del tiempo. Dado que en el marco implantado por el
    capitalismo financiero queda eliminada toda noción de corporeidad, el acto económico se convierte en algo de
    naturaleza puramente abstracta, posibilitándose con ello el lucro a costa del trabajo de terceros y, lo que es
    peor, el dominio absoluto de toda la realidad económica, política y social. Añádase a esto el hecho de que el
    sistema monetario está desde hace tiempo en manos de las grandes entidades financieras, lo que les confiere a
    éstas la potestad  no ya de traficar con el dinero ajeno, sino incluso de crearlo de la nada, consolidando de esta
    forma su dominio a partir de una entelequia irreal. Una circunstancia que Frederick Soddy, nobel de
    Economía en 1921, calificaría certeramente con estas palabras: "el rasgo más siniestro y antisocial del dinero
    escriptural es que no tiene existencia real".
       Finalmente, no podrá cerrarse este epígrafe sin poner de manifiesto las notables diferencias existentes entre
    el concepto de "libre mercado", tal y como era entendido éste en la época renacentista, y el que sostiene la
    ideología actual, diferencias debidas, naturalmente, a la inexorable dinámica expansiva propia de la economía
    capitalista. En efecto, la libre actividad comercial de entonces, contrariamente al modelo actual, estuvo
    sometida en sus inicios a una serie de restricciones elementales absolutamente impensables hoy. De hecho, en
    los albores del capitalismo la competencia mercantil no constituía un principio supremo al que pudiera
    apelarse para traspasar ciertos límites considerados entonces infranqueables. Límites entre los que figuraban
    el abaratamiento intencionado de precios para arruinar al competidor, o la propaganda destinada tanto a
    sobrestimar los propios productos como a menospreciar los de cualquier otro comerciante. No hará falta
    comentar que en la época actual, en que el principio del lucro y del beneficio prevalece sobre cualquier otra
    consideración, aquellos antiguos escrúpulos, por elementales que pudieran parecer, serían considerados
    irrisorios. Lo mismo podría decirse de la austeridad y el recato postulados por los doctrinarios del capitalismo
    temprano, conceptos que por entonces no limitaban su aplicación a la administración de los negocios, sino
    que se hacían extensivos a la propia vida privada, y ello por las razones de utilidad ya comentadas. Es
    evidente que, con el transcurso del tiempo, aquel afán economizador en la gestión comercial no sólo se ha
    mantenido, sino que, en virtud de uno de los principios esenciales del mercantilismo contemporáneo (la
    reducción de costes), se ha acentuado progresivamente. Sin embargo, la vida social y la esfera privada de los
    grandes magnates económicos hace ya largo tiempo que no participan de los esquemas arcaicos,
    constituyendo, por el contrario, un verdadero alarde de lujo y ostentación. Lo que pone de manifiesto una vez
    más la naturaleza de esos estereotipos aglutinados bajo el tópico de las "virtudes burguesas", meros
    convencionalismos circunstanciales de los que se prescindió tan pronto como dejaron de ser necesarios.
       Así pues, el concepto de libre mercado, tal y como es entendido en el presente, y la idea de una publicidad
    dirigida a perseguir y asaltar a los potenciales clientes, era algo totalmente extraño a la mentalidad
    predominante por aquel entonces. En ningún código ideológico o moral  de la Europa renacentista tuvieron
    cabida semejantes conceptos, con la única excepción de la literaratura rabínica y, más concretamente, del
    Talmud. Y aunque este último hecho no carezca de importancia, tampoco constituye la clave que sirva para
    explicar de manera concluyente la irrupción y el asentamiento del modelo capitalista, como determinados
    tratadistas (Sombart entre los más notables) han pretendido explicar. Baste decir al respecto que dicho modelo
    económico debió buena parte de su arraigo a la activa participación de individuos y sectores sociales cuyo
    acervo cultural e ideológico poco tenían que ver con el judaico. Menos consistente aún es el argumento de la
    teórica incompatibilidad entre el capitalismo y el código religioso vigente en la Europa renacentista, ya que en
    tiempos de putrefacción los reglamentos morales no son sino letra muerta, o peor aún, meras herramientas de
    sórdida instrumentalización.
       Todo lo apuntado no impide ser cierto el importante papel desempeñado por la plutocracia judía en la
    consolidación del capitalismo, al punto que todo intento por describir la evolución y el desarrollo de la
    sociedad moderna prescindiendo de dicha participación sería tanto como falsificar la Historia, además de
    suponer un injusto escamoteo de los méritos contraídos por la oligarquía israelita con el sistema vigente y tan
    unánimemente ensalzado en la actualidad. Por lo demás, no deja de ser paradójico que hayan sido
    precisamente autores hebreos quienes con más claridad y rigor han escrito sobre este asunto hoy tabú
    (Bernard Lazare, Marcus Ravage, Artur Koestler, Benjamín Beit, Alfred Lilienthal, etc.). Autores que
    constituyen  la mejor fuente de información al respecto, además de la única a la que los intoxicadores de
    oficio no podrán aplicar el acostumbrado sambenito del antisemitismo.
       Dicho esto, volvamos, pues, al tema apuntado líneas atrás, esto es, al reglamento talmúdico, para significar
    que, efectivamente, son varios los preceptos de ese código que recogen el principio en virtud del cual la
    conducta de sus seguidores deberá atenerse a normas distintas según se trate de miembros de su comunidad o
    de individuos ajenos a ella. A estos últimos, es decir,a los goim (término mediante el que se designa a los no-
    judíos), es lícito "mentirles y trampearlos". Una concepción que, aplicada al terreno mercantil, alcanzaría uno
    de sus momentos álgidos en la Polonia del Antiguo Régimen, tal y como lo refleja un apunte sobre el
    particular tan poco sospechoso de animosidad como el del rabino e historiador Heinrich Graetz, quien
    describió el proceder de los mercaderes hebreos de aquella época con estas palabras: "Líos y tergiversaciones,
    artimañas jurídicas, chocarrería y una cerrazón total ante todo lo que se hallase fuera de su horizonte, en eso
    consistía la esencia y forma de vida de los judíos polacos.....La honradez y la rectitud  les eran tan ajenas
    como la sencillez y la veracidad. Esta cuadrilla asimiló las mañosas enseñanzas de las escuelas superiores
    (rabínicas) y las utilizaba para engañar a los menos astutos, experimentando con ello una especie de gozo
    triunfal. Claro es que su argucias difícilmente podían emplearlas contra sus hermanos de religión, que se las
    sabían todas; pero el mundo no-judío con que trataban sufrió en sus propias carnes la superioridad del ingenio
    talmúdico del judío polaco....La depravación de los judíos polacos acabó volviéndose contra ellos de manera
    sangrienta, y tuvo como consecuencia el que la restante judería europea se contagiara durante un tiempo del
    modo de ser polaco. Con la emigración de los judíos polacos (a raíz de las persecuciones cosacas) se
    polonizó, por así decirlo, todo el mundo judío".
       En cualquier caso, y situándonos en el momento presente, la cuestión principal hoy ya no es tanto la
    libertad estrictamente mercantil, que incluso podría considerarse como un asunto menor, sino el libertinaje
    que preside el movimiento del  capital transnacional y la impunidad con la que operan los grandes traficantes
    financieros. Y todo ello al amparo del "libre mercado", una falacia refrendada por todos los foros políticos
    subordinados a la Alta Finanza mundial, entre los que figura por méritos propios el engendro pergeñado en
    Maastricht.
       En eso, en el dominio absoluto de una reducida oligarquía, consiste el concepto de "libertad" alumbrado
    por el modelo capitalista, gracias al cual ha podido configurarse una sociedad de siervos alienados y
    envilecidos por el consumo material.
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    Mensaje por Eliokem Vie Jul 03, 2015 12:37 am

    Pero que poder fenomenal tenemos los judíos, dicen que inventamos el capitalismo y el comunismo, el cristianismo para "idiotizar" y los grupos gais para "depravar", hasta el nazismo para "victimizarnos", las pestes y las vacunas, controlamos todo lo habido y por haber siendo tan pocos. Que tendrá el petiso.

    P.D: El pase social hace estragos.
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    Mensaje por JOA85 Vie Jul 03, 2015 2:22 pm

    no hay que generalizar Eliokem, y no todo es lo que nos han contado o nos han querido mostrar.
    Decime quienes son los dueños de la ReservaFederal Norteamericana?
    PD : que tiene que ver el pase social??
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    Mensaje por Eliokem Sáb Jul 04, 2015 1:58 pm

    La creó la banca norteamericana, entre ellos los Rockefeller y Morgan que no son judíos que yo sepa, tener un apellido "raro" no significa ser judío, y si lo fueran no veo nada de malo mientras no me presentes un delito en medio. Falta que me digas que los peirano en realidad se llamaban "peiranovich", o que hay una conspiración vasca en uruguay porque muchos estancieros son vascos, metele un poco mas de neuronas si es que las tenés en marcha.

    No se aprende la historia de la economía mundial leyendo un articulo de internet, así es la vida.

    Decís de no generalizar pero esa basura que copiaste y pegaste ahí que está generalizando y mintiendo.

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